El hilito de agua escurre por el escote, la espalda y la cara sin lograr detenerlo; con mayor o menor vergüenza podremos bromear sobre el tema, abanicarnos con algún objeto o fingir desentendimiento, pero nada nos permite evadir la realidad: hace calor y cada gota de transpiración se nota. ¿Resulta posible frenar esta reacción para evitar papelones? ¿De qué depende su intensidad?

Aunque a muchos nos encantaría evitar las aureolas en la ropa, la sudoración juega un rol importante en nuestra vida; al punto que -sin ella- podríamos morir en pocos minutos, sea en un desierto o en medio de una montaña nevada. Este mecanismo se encarga de regular nuestra temperatura corporal para mantenernos estables y evitar que haya fallas en los diferentes sistemas y órganos.

Hasta acá sus intenciones son nobles; entonces ¿por qué la mala fama? El proceso actúa diferente según el tipo de glándulas sudoríparas que aparezcan involucradas. “Por un lado, tenemos las glándulas ecrinas que se distribuyen en las manos, las plantas de los pies, la frente, el rostro y el pecho. El sudor que deriva de acá es inoloro, posee un sabor salado y ayuda a humectar nuestra piel”, explica la dermatóloga Natalia Rojas.

A ellas se suman las apocrinas; concentradas en las axilas, el pecho y los genitales. Estas glándulas son las que liberan una serie de sustancias que influirán luego en el olor que desprendemos.

“Técnicamente es un error decir que la transpiración huele fatal porque solo evaporamos una mezcla de agua con minerales, sales, lípidos y ácidos grasos. Los olores recién aparecen cuando esas sustancias salen por nuestros poros y entran en contacto con las miles de bacterias inofensivas que habitan en la piel”, aclara.

Estas bacterias (fans de los ambientes húmedos) se alimentan de los componentes del sudor y los metabolizan; finalmente, sus excreciones son las que desprenden el tradicional tufo a transpirado.

Sugerencias

Con ese paso a paso en la mente, la principal manera de evitar los olores extremos es simplemente mantener seca el área de nuestras axilas, cara y pecho. Además, una vez que hayamos transpirado -por más que nos refresquemos con agua- siempre será necesario utilizar algún jabón o método de fricción que remueva la capa de secreciones que ya quedaron instaladas allí.

Aunque parezca cliché, también es esencial emplear ropa de colores claros, poco apretada y hecha con tejidos naturales (de no ser posible, al menos en su etiqueta debe decir que se contienen menos del 60% de poliéster, lycra u otros sintéticos).

“El justificativo pasa por evitar crear un microclima ideal (hermético, sin ventilación, con el líquido acumulado) para que las bacterias actúen a sus anchas. Depilarnos el área de las axilas y los genitales también ayuda, ya que el vello actúa como capa e impide la correcta evaporación del sudor”, agrega Rojas.

Por último, es aconsejable limpiar el antitranspirante que llevamos y renovarlo cada cinco horas. El peor error que se comete es aplicar desodorante y luego, cuando hay que volver a salir o queremos sentirnos frescos, sumar una nueva dosis. Los residuos que deja este producto afectan también la ventilación de las axilas y pueden causar picazón o empeorar el olor.

Mejor nariz tapada

A tomates podridos, a chivo, a pescado… sobran las comparaciones raras y acertadas sobre lo que podríamos olfatear al permanecer con un extraño sudoroso en un ascensor o una habitación sin ventanas.

“El olor a transpiración depende de un montón de factores que van desde lo genético y hormonal hasta lo ambiental. Sin embargo, nuestra percepción de él se encuentra condicionada por la memoria olfativa y gustativa. Este punto resulta fascinante porque los humanos somos capaces de recordar millones de registros de comidas que pasaron por nuestro paladar y hacer inferencias olfativas con ellas. Eso se debe a que la recepción de estímulos entre la nariz y la boca suele ir de la mano”, destaca la dermatóloga Nazarena del Boca.

El resto es producto de las reacciones químicas que se desarrollan en nuestro organismo. Por ejemplo, el sudor de los hombres contiene una hormona llamada androstenona que se caracteriza por su olor almizclado.

“En los mamíferos ella interviene como una feromona que atrae a las hembras y marca el dominio de un macho. El asunto es que para muchas mujeres (al margen de esta función) la transpiración de algunos hombres se siente precisamente igual al olor de algún animal en celo o mojado; algo muy poco gratificante”, describe.

Las expresiones que comparan la transpiración con un olor a ajo, cebolla o vinagre también son acertadas dado que el sudor dispone de elementos análogos a esos alimentos. “En relación al dichoso olor ‘a pata’ o a queso que nos atormenta al sacarnos las zapatillas el esquema es parecido. El sudor en esa zona libera ácidos grasos que tienen un correlato con algunas variedades de quesos blandos y duros”, añade del Boca.

En resumen, nadie transpira con fragancia a rosas o agradables hierbas silvestres. “El sudor implica la descomposición de material orgánico y eso nunca será agradable. Lo que sí ocurre es que hay gente que por su genética (específicamente por variaciones en el gen ABCC11) dispone de una transpiración tenue”, agrega la dermatóloga Marisa Nieva.

Por tal motivo -al margen de su cultura higiénica- el aroma corporal de los japoneses, chinos y coreanos es menor al de los europeos.